viernes, 15 de julio de 2011
# Dominado por el hastío.
En ésta manía que tengo de rebuscar hasta debajo de las piedras, en el baúl de los archivos he encontrado éste interesante artículo.
Partidos y desafección política
Mariano Torcal
Profesor Titular del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Pompeu Fabra. Barcelona
Uno de los aspectos que más condiciona la relación entre ciudadanos y el poder político son las actitudes. Actitudes como el cinismo político, el desinterés, la desconfianza política están íntimamente unidas al grado de confianza que los ciudadanos depositan en las instituciones de representación política en general y, en especial, en los partidos políticos. En democracias en donde los ciudadanos desconfían de los partidos políticos es altamente probable que exista un grado número menor de afiliados y de ciudadanos dispuestos a implicarse con los mismos, lo que a su vez condiciona su institucionalización, recursos y tipo de financiación, estructura y organización, tipo de liderazgo y otros aspectos básicos. Este aspecto parece tan vital, que dos recientes libros han resucitado el tema de la confianza en las instituciones (Norris) y en la desafección (Pharr y Putnam). Estos trabajos se han centrado, fundamentalmente, especialmente el segundo volumen, en democracias tradicionales, pero creo que este tema es de vital importancia en las nuevas democracias de la tercera ola democratizadora a la que pertenecen la mayoría de los países latinoamericanos.
Ésta ha sido, de hecho, la preocupación principal en un estudio comparado que estoy a punto de finalizar y en el que defiendo que la desafección política en las nuevas democracias tiene una naturaleza distinta que en las viejas, lo que, a su vez, afecta de manera especial la relación existente entre los ciudadanos y el poder político. Lo primero que se demuestra en el estudio que aquí resumo es que las nuevas democracias se caracterizan por la presencia de la desafección democrática; es decir, por la existencia de un apoyo mayoritario de los ciudadanos a sus regímenes democráticos y una gran moderación ideológica y tolerancia, conjuntamente con una falta de confianza en las instituciones, un alejamiento de la política, un sentimiento de incapacidad de poder influir en el sistema y de que el sistema, a su vez, responda a las demandas de los ciudadanos. No obstante, la desafección política también está presente en democracias que no cuentan con un apoyo mayoritario, como Brasil y Chile, y en democracias no procedentes de la tercera ola, como Italia y Venezuela.
El análisis de la desafección democrática en estos casos sirve para construir un argumento central que trata de demostrarse con un largo y complejo análisis. La desafección política en todas estas sociedades es resultado de un proceso que tiene que ver más con el pasado político que con su presente. Las explicaciones hasta ahora esgrimidas en la mayoría de los trabajos tratan de explicar el origen y las diferencias en los niveles de estas actitudes entre los distintos países en los que existen democracias representativas al menos por más de cinco décadas; es decir, en democracias con unos ciudadanos que acumulan una experiencia democrática importante. Sin embargo, los ciudadanos de las nuevas democracias apenas poseen esta experiencia y, en muchos casos, por tanto, de una experiencia “reciente” y prolongada que les permita evaluar cómo funcionan las instituciones democráticas representativas del presente. Carecen, además, de referente reciente alguno que les
sirva para evaluar el funcionamiento y logros de las instituciones democráticas recién instauradas. Todavía más, en muchos casos, el único referente que poseen es un pasado político pseudodemocrático cargado de prácticas democráticas irregulares y del fomento desde el poder político de discursos contra las organizaciones e instituciones de representación política. Es de esperar, por tanto, que estas experiencias políticas precedentes se hagan notar a la hora de evaluar y confiar en las instituciones democráticas del presente.
Defender que es necesario acudir a aspectos políticos internos de cada país para intentar explicar los diferentes niveles de estas actitudes en los distintos países, no es algo nuevo. Lo que se propone es diferente en dos aspectos. Primero, en la presencia de aspectos políticos socializadores del pasado como elemento esencial en la formación de las actitudes de la desafección. Segundo, porque el peso socializador del pasado tiene una connotación mucho más negativa en nuevas democracias, ya que son éstas las que suelen tener, en general, un pasado político tumultuoso de inestabilidad, manipulación, corrupción y discurso reiterado contra las instituciones de representación política. En este sentido, el fenómeno de desafección política afecta a la mayoría de las nuevas democracias pero no de forma exclusiva, ya que existen algunas democracias instauradas tras la Segunda Guerra Mundial que, pese a su estabilidad, se han caracterizado por la presencia de prácticas políticas bastante cuestionables. Estos países tienen este referente negativo continuo a la hora de evaluar las instituciones del presente. El pasado político, en definitiva, es el principal agente socializador y reproductor de todas las actitudes de desafección política en las nuevas democracias. En las viejas democracias, en cambio, este referente con connotaciones negativas no existe de forma tan marcada, su impacto socializador es mucho menor, lo que permite que los ciudadanos evalúen el presente con una perspectiva de futuro teniendo como referente más próximo el ideal democrático.
El pasado político no-democrático y las escasas y negativas experiencias democráticas del pasado son, en definitiva, los principales agentes socializadores y reproductores de todas las actitudes de desafección política en las nuevas democracias. Esto parece ser diferente a la “modernidad” mostrada por algunas democracias más tradicionales en donde la presencia de la desafección parece estar unida a la existencia de una ciudadanía más informada que, especialmente entre los jóvenes, demanda de las instituciones representativas y de sus representantes actuales algo más que la posibilidad de hacerse oír por los gobernantes en las urnas, y que, como consecuencia, rechaza el actual arreglo institucional y su actual funcionamiento, pero no la democracia. El análisis comparado de la desafección política del presente trabajo así lo revela. Como intenta demostrarse, la causa de la desafección política en las nuevas democracias hay que buscarla en el pasado político ya que, de manera sistemática, cuanto más edad tiene un ciudadano y menor es su grado de información política, mayor es la presencia de estas actitudes de desafección; a diferencia de lo que ocurre como pauta general en las democracias más tradicionales, en donde la desafección está mucho más extendida en las generaciones más jóvenes y educadas mostrando su “novedad” y “modernidad”.
Por tanto, las diferentes pautas de presencia de la desafección política entre las distintas generaciones políticas que se observan, por ejemplo, en España no pueden entenderse sin acudir al pasado político de esta sociedad. Esto, no obstante, no significa que todo sea atribuible a la propia experiencia reciente con alguna clase de régimen autoritario. De hecho, Venezuela e Italia, que han contado con largas experiencias democráticas ininterrumpidas desde 1958 y 1947, se caracterizan por altos niveles de desafección mientras que Chile y Uruguay, pese a su reciente experiencia autoritaria, se distinguen por tener unos niveles de desafección menores debido a las largas etapas exitosas de funcionamiento democrático previas a sus crisis y respectivos colapsos. El pasado político que da forma a la desafección política no tiene que ver tanto con la forma de determinados regímenes políticos sino, más bien, con las prácticas políticas, usos, manipulación y discursos políticos que dañan o perjudican la imagen y funcionamiento de las instituciones de representación política, algo que ocurre con mayor frecuencia bajo experiencias autoritarias y experiencias políticas pseudodemocráticas, pero algo de lo que no están exentos regímenes democráticos más establecidos.
Un segundo aspecto clave, y consecuencia de lo anterior, es que la desafección política del presente no tiene que ver tanto con el mal funcionamiento o desilusión con el funcionamiento de las democracias recién instauradas ni con los procesos de cambio político que las instauraron. De hecho, por ejemplo, en España, y contrariamente a lo que ciertos estudiosos han mantenido, las actitudes de la desafección han mostrado una gran resistencia a cambiar en el transcurso de la transición y del funcionamiento democrático, siendo el cambio intergeneracional la única fuente de cambio observable. Las actitudes de la desafección política en el caso español son consecuencia de episodios políticos marcados por prácticas democráticas irregulares y por el fomento desde el poder político de discursos contra las organizaciones e instituciones de representación política que ha calado en la cultura política de los españoles, que la experiencia del franquismo en sus diferentes etapas ha reafirmado y que la transición democrática y la nueva democracia y su funcionamiento no ha sabido alterar. La desafección política presente entre los ciudadanos de las nuevas democracias no tiene que ver mucho con el funcionamiento presente de sus instituciones y los logros obtenidos por las mismas.
Sí es cierto, sin embargo, que los ciudadanos de las nuevas democracias no están adquiriendo actitudes positivas hacia las instituciones de la democracia ni una mayor implicación política. El tiempo, o para decirlo de otra forma más actual, el funcionamiento del sistema, sus logros y fracasos, contrariamente a lo que afirman Converse, Schmitter y Karl entre otros, no parece que esté jugando en favor del aprendizaje de tales actitudes. Las transiciones recientes y sus democracias resultantes no son responsables de la desafección consecuencia del pasado, pero sí lo son de no generar actitudes más positivas. Como afirma Maravall, la superación de las actitudes de la desafección política no se encontraría entre los logros de las (nuevas) democracias. Es decir, las actuales democracias son solamente responsables de no romper este círculo de desafección política, algo que sí lograron hacer en muchos casos con el aumento de la legitimidad democrática y el logro del apoyo mayoritario de todos los ciudadanos en la gran mayoría de estos países. Por ejemplo, en España se produjo un cambio actitudinal masivo a favor del apoyo a la democracia que se gesta durante la transición y que tiene sus bases en el discurso político de la última etapa del franquismo y su efecto socializador sobre los españoles. Como ha argumentado Aguilar, el discurso oficial del régimen para justificar el franquismo y la guerra civil en su última etapa hizo que los españoles valoraran por encima de todo la paz y la prosperidad. El efecto “no deseado” de este cambio en el discurso oficial del régimen anterior fue lo que preparó a los españoles para el cambio actitudinal que se gestó y para que apoyasen al nuevo régimen democrático, una vez que éste demostró, ya (re)instaurado, que también era capaz de salvaguardar la paz, el orden y la prosperidad que ahora tanto se valoraba pero sin tener que pagar el precio de la guerra y la represión que había caracterizado la experiencia autoritaria. Esto evidencia que, no sólo el cambio actitudinal es posible, sino que la transición es un periodo de potencial cambio. Además, muestra los efectos socializadores del discurso político ejercido desde las instituciones políticas del Estado, algo que confirma de nuevo la importancia de las variables políticas del pasado para el cambio actitudinal del presente. Esto significa además, retomando la discusión teórica sobre las fuentes de la legitimidad democrática, que el actual apoyo ciudadano del que disfrutan algunas nuevas democracias, aunque se genera durante la transición, tiene algo que ver con el rechazo de las experiencias autoritarias previas que, a su vez, son resultado de la intensidad y consecuencias del colapso del régimen democrático anterior, la duración del régimen autoritario, los discursos legitimadores utilizados y los éxitos económicos y sociales que lograron. No es por ello de extrañar que sean países como Brasil o Chile, que han contado con regímenes con éxitos económicos destacables o transformaciones sociales importantes, junto con la presencia de propaganda política intensa, los que se caracterizan por tener una ciudadanía dividida entre la opción no-democrática anterior y el apoyo a los nuevos regímenes surgidos de sus respectivas y más que problemáticas transiciones.
El diferenciado efecto de las transiciones en la legitimidad democrática y el peso del pasado en la desafección política explicarían la paradójica presencia dominante de la desafección democrática (mezcla de alta legitimidad y desafección política) entre la mayoría de las nuevas democracias. Se trataría del efecto diferenciado de determinados acontecimientos políticos en las distintas dimensiones (claramente autónomas) que forman la cultura política de estas sociedades: apoyo al régimen, desafección política y descontento político (descontento con el gobierno actual y sus políticas). Como muy bien ha especulado algún autor, la combinación de una extendida desafección política junto con un alto apoyo al régimen democrático y una alta moderación ideológica presente en la mayoría de las nuevas democracias (aunque no en todas) es debido al pasado político particular de cada una de estas sociedades.
Pero ¿por qué tiene tanta importancia la desafección política? En las democracias representativas, la participación política es el principal mecanismo con el que cuentan los ciudadanos para que transmitan información sobre sus intereses, preferencias y necesidades y presionen para obtener respuestas de las autoridades. La participación es, por tanto, un aspecto esencial de todas las democracias y un indicador significativo de la naturaleza de las nuevas. Como se demuestra en el estudio, y a diferencia de lo que ocurre con la legitimidad democrática, la desafección política genera una menor utilización de mecanismos tradicionales de participación, a excepción del ejercicio del sufragio con el que parece no tener relación. Esto, no obstante, aunque destacable, no parece una sorpresa llamativa. Éste parece ser también el caso en las democracias más emblemáticas. La diferencia relevante es que la desafección política en las nuevas democracias también fomenta la falta de acción política con otros mecanismos menos convencionales de participación mientras que, en las democracias más tradicionales, resulta uno de los factores que más ha influido en su creciente práctica. Estas últimas son viejas democracias caracterizadas por la presencia de unos ciudadanos más informados en búsqueda de mecanismos “nuevos” de expresión y control político. Las primeras, en cambio, son nuevas democracias con un legado cultural resultado de sus respectivos pasados políticos que propicia entre sus ciudadanos una falta de acción política en todos los ámbitos. Este diagnóstico es especialmente relevante en los países que, como consecuencia de largas experiencias autoritarias, cuentan con sociedades civiles desarticuladas o inexistentes, con sistemas de partidos no institucionalizados y que requieren de manera especial de ciudadanos que cuenten con dosis importantes de motivación para participar y controlar al poder político. No es de extrañar, por tanto, que estas democracias se caractericen por la presencia de unos líderes con mayor capacidad para maniobrar pero, al mismo tiempo, éstos se encuentran con el problema de la falta de ayuda y apoyo para implantar las políticas públicas decididas por el poder político. Además, como se ha argumentado en un reciente trabajo, la falta de confianza en las instituciones representativas en las democracias más tradicionales favorece la participación por mecanismos no convencionales, lo que viene a significar un fuerte impulso para la transformación e innovación institucional de dichas democracias. Este efecto transformador de la desafección está casi ausente en las nuevas democracias.
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