jueves, 30 de junio de 2011

# Recuperando archivos.

Tengo la costumbre, sana o no, desde que comencé a bucear por la red, de guardar cantidad de artículos e información de diversa índole que voy encontrando y que considero de interés.

Hoy he recuperado un artículo que tenía archivado desde hace más de diez años, y es de finales del pasado siglo XX, considero que hoy en día está en vigor y aunque no todo, si comparto bastantes puntos de vista.





Reflexiones sobre la Ilustración.

El momento en que nos encontramos resulta idóneo para plantear una reflexión sobre la discusión de sí todavía hay lugar en la sociedad europea actual, para el conocimiento y el saber; o por el contrario, deberíamos renunciar a todo lo que esto ha significado, en aras de un progreso exclusivamente material que ya parece incontenible

La oportunidad de plantear esta cuestión ahora, al final de un siglo y de un milenio parece importante, no por el presunto valor cabalístico o hasta presumiblemente mágico de esta fecha, sino porque nos va a permitir establecer un buen marco de referencias, para valorar cual era la situación hace unos cuantos años, o incluso siglos, y poner remedio, si ello es posible aún, a lo que parece el suicidio intelectual del hombre, porque tal y como afirmaba Cicerón en "De Oratore", li II, Cap. 9, 36: "historia vero est testis temporum, lux veritatis / vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis" (la historia es verdadero testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y heraldo de la antigüedad).

La formación que se impartía antaño, era lo que se ha denominado "humanista", es decir, cultivadora de todas las potencialidades humanas y desarrolladora integral de las facetas más notables de la personalidad. En este contexto formativo parecía lógico que se diese más preeminencia a las artes y a las letras, como disciplinas capaces a su vez de ser cauce de desarrollo de otras. De esta manera se formaba a personas, cuya cultura encontraba su soporte mayoritariamente en las fuentes clásicas del saber y del pensamiento griego y romano.

Hablar del saber humanista y no hacerlo de Europa, aún sucintamente, sería un error, pues resulta verdaderamente difícil poder substraerse de este marco referencial, que tan bien nos sirve para situar y contextualizar la cuna del mayor foco de conocimiento que ha tenido la historia de la humanidad. Por algo presenta unas raíces tan envidiables como el Mundo Griego, del que heredó el pensamiento, el Mundo Romano, que le legó el derecho y lo que de él se deriva y el Mundo Judeocristiano, del que procede el amor a las tradiciones, el sentido de la familia y el respecto profundo por la vida, basado en el amor y en un sentido trascendente de sí mismo.

El cristianismo, por otro lado, supuso una gran revolución, y no sería pretencioso afirmar que su aportación a la creación del pensamiento humanista fue fundamental e imprescindible. Lo dotó de principios tan significativos como un sistema de ideales y valores en los que el hombre y su dignidad en cuanto persona resultaban intocables. Con la idea de que todos los hombres son iguales, y por tanto poseedores de las mismas oportunidades y los mismos derechos, la Iglesia consiguió en relativamente muy poco tiempo que la "Cultura" y el acceso a la misma no fuesen algo reservado, como tradicionalmente, a los sectores más influyentes y acomodados. Esto marcó de manera decidida la evolución del pensamiento europeo, convirtiéndolo en especialmente sensible con los hechos minoritarios y diferentes.

En este sentido los focos de pensamiento entroncaron sus orígenes y florecieron a la sombra de los centros de cristiandad europeo. Dentro de estos merecen especial mención, las abadías y los monasterios, encargados de custodiar, en los siglos oscuros de la historia europea unas magníficas y bien nutridas bibliotecas que constituían el depósito y la herencia de los clásicos.

El hombre con conocimiento es un proyecto más que una realidad, porque el saber que persigue está siempre muy alejado de la realidad práctica del momento, tanto de la del pasado, como de la del presente. Y menos mal que es así, pues de lo contrario seguro que las teorías de Copérnico, Newton, o las propias tesis evolucionista de Darwin, nunca hubiesen visto la luz, ni despertado a su vez, tantos y tan enriquecedores debates, ya que su utilidad en términos prácticos es realmente muy poca, mientras que por el contrario, todas ellas sirvieron para que los hombres fuesen capaces de entender más su compleja naturaleza y avanzar en la resolución de sus eternos dilemas existenciales.

El ideal del hombre siempre ha sido en la medida de sus posibilidades, tiempo y lugar, su conocimiento, ya que se entendía que la noble misión de los intelectuales era guiar a la mayoría por el camino de la verdad, buscando el progreso científico y "humano" de ese mundo recién salido de las tinieblas.

Esto opinarán en otra importante época de la historia de Europa, los enciclopedistas y filósofos franceses de la talla de Voltaire, Diderot, Montesquieu, Rousseau, D´Alembert, etc. Estos en el siglo XVIII consolidaban los presupuestos de la modernidad creando un sistema de ideas y creencias que ha marcado el devenir tan complejo como fascinante del hombre moderno, en el cual la formación intelectual ocupaba un papel destacado, y donde se entiende que vivir no es vegetar, no es subsistir, es enseñar, es echar al mundo teorías, hipótesis, dogmas y doctrinas, y después comprobar su validez.

Nada de lo mencionado en la antigüedad persiste de manera clara en la actualidad; así llegamos al siglo que nos ha visto nacer. Ahora la situación del saber es preocupante, pero no la de cualquier saber, no la de ese que es instrumental, del que se aplica para sacar todo el rendimiento económicamente posible a las máquinas, o a los ordenadores, verdaderos amos y señores de la nueva sociedad cibernética. Por supuesto que no me refiero a ese saber, sino a otro radicalmente distinto, a ese que convierte al hombre en el ser superior que es, utilizando su capacidad racional para conseguir explicarse primero asimismo, y después a los demás, los misterios que circundan nuestra existencia.

¿Pero cómo se ha llegado a esta situación?, ¿Cómo es posible que el hombre "moderno", sólo se interese ahora por todo aquello que le pueda rentar algún beneficio económico, o mayores dosis de bienestar material?.

Varias son las notas, a mi juicio, que mejor caracterizan y definen lo que está sucediendo en la sociedad, y que en buena medida también afectan a la cuestión que nos ocupa. Un "materialismo" salvaje, que sólo busca que el individuo tenga cierto reconocimiento social por el único hecho de ganar mucho dinero. El "hedonismo", que consiste en pasarlo bien a costa de lo que sea, supone la búsqueda de una serie de sensaciones cada vez más nuevas y excitantes, donde todo es relativo, y donde la tolerancia interminable da lugar a la indiferencia pura. La "permisividad" que arrastra los mejores propósitos e ideas, sustituyendo la moral por una ética que todo lo justifica. Y por último el rey de todas ellas, el "consumismo", fiel reflejo y compendio de las mismas y que representa la fórmula postmoderna de la libertad.

Alexander Soljenitsin, solía decir con gran clarividencia y visión global de la situación que "la decadencia moral e intelectual de occidente es consecuencia de un bienestar exclusivamente material y hedonista", y es seguramente aquí donde reside el núcleo de la cuestión.

El mundo en el que vivimos está dominado por la economía, y el dinero se ha convertido en el encargado de guiar nuestra pobre o rica existencia, donde por atesorar más, los hombres son capaces de lo mejor, pero usualmente también de lo peor. "Don Dinero" es el encargado de satisfacer todas las "necesidades", que han ido multiplicando nuestro afán consumista a ritmo vertiginoso hasta alcanzar cotas de verdadero escándalo.

El hombre moderno se ha acostumbrado a tener y a ambicionar en su vida ordinaria demasiadas cosas muchas veces superfluas, que se ve obligado a cubrir con unos ingresos que no siempre son suficientes y que habitualmente les llevan a recurrir a fórmulas de crédito (otro fenómeno moderno del tráfico comercial, que "facilita" que no dejemos de consumir) para cubrir la diferencia. En esta tesitura el hombre consagra su vida a ganar más y más para poder comprar todavía más. Lo fundamental es comprar, consumir y consumir acumulando cosas que tantas veces no tienen utilidad práctica o esta es menor, pero que adquirimos con la excusa de lo rebajado de su precio.

Estas notas que hemos destacado han influido claramente en la situación del saber ilustrado, ya que en cierto modo han condicionado su desarrollo ulterior y lo ha marginado, por considerar que conviene más al desarrollo económico de la sociedad, que el saber que se prodigue en los centros de enseñanza, no se trate de un saber globalizador y humanista sino especializado y concreto, que pueda servir mejor a los intereses industriales de desarrollo económico.

Las actividades que importan hoy en día son aquellas que no requiriendo gran capacidad intelectual permiten asegurar mayor rentabilidad a los diferentes sectores productivos, lo que supone condenar al olvido a aquellas ciencias que por tener aparentemente una menor "utilidad " práctica tanto han supuesto en el pasado como la filosofía o la teología.

Precisamente es en esta coyuntura donde debemos enmarcar la situación que se está viviendo en los centros de educación primaria y secundaria, donde por no querer ir a lo sustancial se han perdido en lo anecdótico, imponiendo nuevos sistemas educativos que han ido progresivamente desechando asignaturas tan importantes para imprimir carácter y formar el entendimiento y la capacidad de pensar como la historia, la religión, o las lenguas clásicas como el latín y el griego, que han sido sustituidas por optativas sin fundamento, que no persiguen más finalidad que servir de puro y simple entretenimiento. Por no mentar también la temprana edad en la que a los niños se les obliga a elegir los tipos de asignaturas que quieren cursar, siempre pensando en un futuro de especialización.

Parece que en la actualidad hubiésemos cambiado el concepto y fin de la educación, que pasa de ser formativa a capacitativa, como si lo único que interesase fuese tener lo más rápidamente posible a los niños preparados para su futura incorporación laboral, olvidándose de lo importante que es en esta etapa de sus vidas formarles íntegramente como personas.

Y que decir de la Universidad, que ha pasado de ser la cuna del saber y del conocimiento, a convertirse en una gran fábrica de estudiantes insatisfechos abocados por las circunstancias a estudiar carreras que para nada cubren sus expectativas vocacionales y dominados siempre por ese mal moderno denominado "titulitis". En este sentido Karl Popper afirmaba en tono irónico que "muchos estudiantes acuden a la Universidad no con la idea de que entran en un gran reino del saber, del cual acaso ellos también logren arrancar una pequeña parcela, sino que van a la Universidad para aprender a hablar de manera incomprensible y que cause sensación", a lo que también podemos tomarnos la licencia de añadir como afirmábamos antes, que en busca de ese preciado papel que acredita el éxito de todos sus esfuerzos y a cuya consecución dedican exclusivamente su periplo universitario.

Esta situación implica que algunas de las titulaciones que se imparten se encuentran sobresaturadas, con la consiguiente masificación en las aulas que va claramente en perjuicio de la calidad de enseñanza, mientras que por el contrario otras muchas no tienen más sentido que la justificación de una plantilla docente, el "prestigio" de la universidad, que pretende tener cuantas más mejor, o los intereses "legítimos" de algunas empresas.

Además ahora en la universidad sobran profesores y desgraciadamente faltan maestros.

El maestro es aquel que te hace ver que eres un zote. Te desnuda ante la ciencia, frente al nuevo universo de conocimientos que se te abre. Te enseña a pensar por ti mismo, a razonar, a discurrir, a perder el miedo a equivocarse. Por el contrario el profesor dicta apuntes y se limita a decir lo que entra y lo que no entra en el examen, convirtiéndose en un eslabón más del engranaje, y ni tan siquiera el más importante.

Al comienzo decía que el hombre "ilustrado" es un ideal, y por tanto, un proyecto. Pero esto nada tiene que ver con el mundo de hoy. Hoy el saber es poder y éste es del poder, por eso se identifica como tantas veces hemos oído información con poder. Este como ha advertido Postman en "Tecnópolis", es la gran industria, ni tan siquiera el Estado, y ni mucho menos un Gobierno.

Se ha precisado para ello desmontar el paradigma ilustrado y sustituirlo por el tecnológico, no debe entenderse por tal sólo el científico, sino una suma de ambas, el cientificotécnico; por tanto los programas con mayores posibilidades de financiación, en consecuencia, son aquellos que reúnen la condición de ser calificados de I+D (Investigación más Desarrollo), y ello porque estos son los más susceptibles de rentabilidad económica, pues sus resultados permiten a las empresas aumentar más y más sus ganancias (lo único que importa en la actualidad); y esto que se lo pregunten a las universidades que se encuentran con graves problemas de financiación de otro tipo de proyectos distintos.

Gracias a su ilustración el hombre se pretendía más dueño de sí mismo, en consecuencia, sabía más de sí, del mundo y de la realidad en torno a la que se movía, era otro gracias a un saber que le configuraba y que le convertía en más libre. Kant la definió como "el abandono por parte del genero humano del estado de minoría de edad en el que se mantiene por su propia culpa". Estas pocas palabras encierran un denso y completo pensamiento que viene muy bien para definir lo que se está produciendo. Habitualmente tendemos a identificar infancia e inocencia. A los niños no se les cuenta más que aquello que requieren urgentemente saber, y muchas veces ni tan siquiera eso, pues se entiende que su pobre entendimiento no daría para más.

Pues bien, esto mismo está sucediendo también con el hombre moderno, al que se le enseña sólo aquello que necesita saber para trabajar más y mejor y se le niegan por el contrario los fundamentos básicos para que sea él quien forme su propio pensamiento y criterio ante la vida. Así, se nos dice que tipo de libros debemos leer (preferentemente betsellers), en que debemos emplear nuestro tiempo libre (la cultura televisiva y el cine comercial, son un buen exponente de ello), como debemos vestirnos (¡por supuesto a la "moda"!), y una larga lista de cosas más, y todo ello presidido, ¡cómo no!, por el gran enemigo de la libertad: "la ignorancia", que convierte al hombre en esclavo por negarle el acceso a la verdad.

Con toda esta situación, se está produciendo un proceso de regresión a la infancia del hombre contemporáneo, que sólo puede conducir al final de la idea de hombre ilustrado. Opinión que es compartida por diversos autores como Pascal Bruckner ("La Tentación de la Inocencia", Barcelona 1996). La inocencia, que indudablemente tiene muchos, o al menos algunos, efectos positivos, plantea también otros enormemente negativos, como por ejemplo el traer consigo la enfermedad del "individualismo", que como consecuencia inmediata plantea el gozar en exclusiva de las ventajas de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes (derechos ¡sí!, obligaciones ¡no!).

Otra dimensión de este mismo fenómeno es la pérdida de práctica religiosa que se está produciendo, pues en el momento presente no hay tiempo para Dios, ya que esto tampoco supone ningún beneficio en términos económicos; y porque resulta más maleable el hombre sin creencias ni principios, que aquel que tiene convicciones firmes y claras. Pero como se sigue teniendo hambre de lo desconocido, lo que ahora prolifera, con afán de ocupar el lugar de Dios son, las sectas, los telepredicadores (frivolización de la religión) y el exoterismo en general.

Al hombre interesa mantenérsele en este estado de minoría de edad, que decíamos antes, pues así resulta mucho más manipulable y manejable por, en palabras de Ortega y Gasset ("El Espectador", 1917) "periodistas, profesores y políticos sin talento que componen el estado mayor de la envidia, lo que llamamos -opinión pública-, que no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas".
Fruto de este proceso de infantilización del hombre es que nos hemos instalado en la degradación de la cultura, eso sí, bajo un alegre aire de fiesta presidido por ese gran aliado que es la televisión, que no requiere ningún esfuerzo (salvo el sobrehumano de apagarla, porque sabe enganchar como pocas cosas) de comprensión intelectual, y en la que podemos encontrar todo tipo de sensaciones, informaciones, divertimentos, y hasta algún conocimiento práctico, y lo mejor de todo es que uno no necesita moverse de su sillón para acceder a ese gran laberinto audiovisual, porque hasta para poder evitar esa inconveniencia, se ha inventado el mando a distancia.

Este mundo de sensaciones fáciles y de la ley del mínimo esfuerzo que representa la televisión, y ahora la red INTERNET, están causando verdaderos estragos en especial en los segmentos más jóvenes de la sociedad, que han crecido a su sombra y a los que les resulta absolutamente imposible despegarse de ella, y por supuesto mucho menos realizar este pequeño sacrificio, que no es tal, de buscar otras alternativas como la de acercarse al mundo de la lectura.

En cualquier caso el principal riesgo de la televisión a pesar de lo que ya hemos mencionado con anterioridad, es que en muchas familias se esté utilizando como una simple fórmula de entretenimiento y compañero incansable de juegos para los niños a los que no se les dedica la suficiente atención por falta de tiempo, debido a la vorágine que impone la vida moderna. Lo más sencillo por tanto, es dejarles enganchados delante del televisor, pues así se quedan muy tranquilos y no molestan.

Precisamente es aquí donde reside el verdadero peligro, en convertir a la televisión en el sustituto de los padres, de los hermanos o de los amigos.

A la luz de esto, es muy ilustrativa la reflexión que comparto con Pascal Bruckner, por otro lado muy extendida también entre otros pensadores, de que "el día que la televisión ocupe el lugar de la sala de audiencias de la clase, del diván, el día en que la lectura de un spot publicitario equivalga en los centros de enseñanza a la de Balzac o de Madame Bovary, cuando Shubert ya sólo sea aquel ruido de fondo que acompaña el pastel de champiñones de vivagel y Verdi la banda sonora de las compresas higiénicas Vania, entonces, ese día el esclavo habrá vencido y la Civilización Occidental habrá pasado a mejor vida".

Frente a la televisión tendríamos que buscar y estimular otros entretenimientos más formativos como el deporte, la música, las artes o el disfrute de la naturaleza. De hacerlo así descubriremos que hay muy pocos placeres más gratificantes que poder leer el Quijote, escuchar las Cuatro Estaciones de Vivaldi, o pasear por los Picos de Europa en Primavera.

Otra de las actividades que tendrían que ser rescatadas del olvido por su importancia también para la formación de las personas son "las tertulias" que en nuestro país han tenido gran importancia en el pasado, jugando un papel muy destacado en el desarrollo de los diversos movimientos culturales y sirviendo de referente para tantas y tantas generaciones de jóvenes intelectuales. Buena muestra de esto la podemos encontrar en las que tenían lugar en el inmortal Café Gijón de Madrid.

Por último es bueno que recordemos que en la actualidad, el hombre, consecuentemente con lo expuesto con anterioridad no es sabio, sino sabedor, y no es sujeto sino instrumento. Instrumento de una situación y de un mundo que no pudiendo ser dominado por él le somete y le frustra irremediablemente.

La paradoja de la situación actual es que nunca se ha leído tanto como ahora, nunca se ha sabido tanto, pero nunca fue el saber tan puramente instrumental y, en proporción menos ilustrador que en este fin de siglo. Con el saber antes se incrementaba el talento; hoy, todo lo más, la destreza.

En nuestras manos está la posibilidad de poder cambiar una situación nada halagüeña y evitar que el hombre se convierta en esclavo de sus propias creaciones, incapaz de pensar por sí y siervo cuando debería ser señor. Olvidemos por una vez que la meta es exclusivamente ganar dinero, despertemos a un mundo nuevo de proyectos, ideales e ilusiones, y aprendamos a no contentarnos con poco fijando metas altas dignas de la capacidad intelectual que Dios nos ha dado a todos.


José Antonio Constenla Ramos

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