jueves, 28 de mayo de 2009

REFLEXIONES DE UN SOCIALISTA HISTORICO V

Creo que éste escrito de Celso lo publico en el momento más oportuno, me explico, con el proceso electoral tan importante que tenemos encima, y con la famosa directiva de las 65 horas, considero que la lectura de éstos párrafos seguro que motivaran a más de uno a votar progresista, porque de lo contrario lo que se nos viene encima puede ser de órdago.
Y ante todo, muchas gracias a Celso, y además por ser tan oportuno.



REFLEXIONES DE UN SOCIALISTA ANTE LA POLITICA ANTISOCIAL REALIZADA POR EL NEOLIBERALISMO QUE NOS INVADE.


De todos nosotros es bien conocido que el neoliberalismo económico reniega de cualquier intervención del Estado en la economía; su virulencia se agudiza sobre todo en lo relativo a los gastos sociales.

Considera que, al igual que los incrementos saláriales, dificultan el crecimiento y el empleo, éstos tienden a reducirlos destruyendo deliberadamente con ello el Estado de Bienestar. Nosotros sabemos y los países que componen la Unión Europea lo constatan que no existe ninguna correlación entre la cuantía de los gastos sociales y los niveles de desempleo, más bien son los países con tasas de paro más elevadas los que presentan a su vez una cobertura menor de la protección social. La mayoría de los gastos sociales generan importantes economías externas y sus efectos positivos en ningún caso se limitan exclusivamente a sus beneficiarios directos sino que se expanden a toda la Sociedad.

Comenzando por el lado de la demanda, parece indudable, aunque ahora no se quiera reconocer que – tal como planteó Keynes – estos gastos ayudan a mantener la actividad en tiempos de crisis y constituyen buenos estabilizadores automáticos amortiguando las recesiones económicas. Por mucho que las teorías Keynesianas no estén de moda en este momento, lo cierto es, que ningún país puede ser próspero sin una fuerte demanda interna, y es difícil que ésta tenga suficiente consistencia si se condena a una parte importante de la población a la miseria.

Contemplado el problema desde el punto de vista de la oferta, el Estado al hacerse cargo de dar respuesta colectiva a un buen número de necesidades sociales libera de muchos costes a los empresarios y a las economías familiares. Es por ello por lo que en el origen del Estado de Bienestar se aumenta sin duda el propio interés de la clase empresarial que logra de ésta forma trasladar parte del coste de la mano de obra al Sector Público.

Cuando el neoliberalismo económico plantea la imposibilidad de mantener los gastos de protección social incurre en un espejismo, porque la sociedad de ninguna manera podrá prescindir de dedicar parte de sus recursos a estos menesteres. Negar la provisión pública no implica la desaparición de las necesidades ni evita que una buena parte de la producción tenga que ser forzosamente destinada a cubrirlas. La educación, la sanidad, la vivienda son gastos totalmente ineludibles y también exigibles para el desarrollo de la economía en cualquier país. Incluso hay que contar con que, por uno u otro procedimiento habrá que detraer del PIB un porcentaje para el consumo de los parados y de las clases pasivas.

Carece, pues, de toda lógica atacar los gastos sociales con el argumento de la capacidad financiera, porque de una u otra forma persistirá la obligación de asumirlos con parte de la riqueza producida.

De todas las contingencias, es la de la jubilación la que está sufriendo en los momentos presentes una ofensiva mayor por parte de las fuerzas conservadoras.

Creo después de lo dicho, que ha de llegar el momento (mejor antes que tarde) de pasar del liberalismo al socialismo.

Como sabéis el socialismo deberá ser la meta última del liberalismo consecuente (éste es el sentido que buscaba Prieto cuando afirmaba que era socialista a fuer de liberal), el que un liberalismo consecuente, por fuerza debe recalar en el socialismo y no la interpretación que dan algunos liberales conservadores, incrustados incluso en el Partido Socialista, que han pretendido dar como argumento a favor del liberalismo económico. Ahora bien, dicho esto, socialismo, no implica necesariamente aprobar o defender los sistemas económicos del viejo Este Europeo.

Sólo una dosis importante de mala voluntad y de mala conciencia puede explicar el intento de reducir toda aspiración socialista a las doctrinas de Lenin o Stalin. Fue desde las propias filas socialistas desde donde se alzaron las críticas más duras contra estos sistemas, avisando que forzosamente habrían de devenir en dictaduras y tiranías. Esta oposición no sólo partió de los sectores reformadores o socialdemócratas sino también de las posturas más radicales y revolucionarias.

Valgan de ejemplo las críticas de Rosa Luxemburgo a la política antidemocrática de Lenin y Trotski.

“Es un hecho evidente e indiscutible que sin una prensa libre y sin censuras, sin
la libre actividad de las asociaciones y reuniones, el gobierno de las manos del
pueblo se convierte en algo imposible”.

También profetizó con gran clarividencia la descomposición y adulteración del socialismo que se produciría con el bolchevismo; cuando dijo:

“Con la supresión de la vida política en todo el país no puede suceder otra cosa
que el deterioro progresivo de la vitalidad de los Soviets”.

Sin elecciones generales, sin completa libertad de prensa y de reunión, sin libertad para discutir, la vida de cualquier institución pública se convierte en una farsa, en que lo único que permanece activo es la burocracia. Nada puede escapar a esta ley. Gradualmente la vida pública desaparece, gobiernan unas pocas docenas de líderes partidarios, sumamente enérgicos e idealistas; entre ellos gobierna una docena de líderes destacados y la élite de la clase trabajadora es conminada a asistir de tanto en tanto a algún mitin para aplaudir los discursos de los dirigentes y adoptar resoluciones por unanimidad; en el fondo este gobierno es una dictadura, pero no la dictadura del proletariado, sino de un puñado de políticos dicho en el sentido burgués del término.

El avance al Socialismo, por el contrario, sólo se puede hacer desde el liberalismo y la democracia, trascendiéndolos, pero nunca anulándolos o destruyéndolos. Podemos decir, por tanto, que liberalismo, democracia y socialismo se complementan. La eliminación de un cualquiera de éstos términos adulterará los otros hasta corromperlos. Los derechos civiles y políticos, sin una participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos, se convierten, en el mejor de los casos, en despotismo ilustrado.

La democracia formal, sin más dosis mínimas de igualdad y de control democrático del poder económico deviene en dictadura de la clase dominante.
El socialismo, sin democracia y libertad, termina en tiranía de la burocracia y de los aparatos políticos.

Bien es conocido por todos nosotros que hasta ahora el Socialismo en libertad ha constituido una tarea imposible. El poder económico ha dispuesto de suficiente fuerza y medios para condicionar y limitar cualquier proceso que quisiera ir más allá de lo que en su marco se estimaba conveniente en el camino de la igualdad. Incluso cuando ha sido necesario ha recurrido al uso de la violencia y al ejército, violentando sin ningún escrúpulo los procesos democráticos. Todo menos consentir que se modifique el “status quo”. Pero, además, los obstáculos se multiplican desde el momento en que nos movemos en una economía internacionalizada. El Socialismo, en un solo país resulta inviable. Los grupos privilegiados que poseen el dinero, la cultura, la tecnología y la preparación tenderían a huir a otros países que proporcionasen mayores ventajas para los de su clase con la consiguiente descapitalización en los países de origen.

Como broche final he de concluir que: LA HONESTIDAD POLÍTICA ES LO MAS IMPORTANTE QUE DEBE CONFLUIR EN TODO SOCIALISTA.

Puedo decir que no soy cínico ni oportunista. El oportunista es el hombre que da más importancia a las realidades del momento que al ideal y que ajusta el ideal a la realidad presente. En nuestro tiempo hay mucho oportunista. No es así mi caso, yo podré disgustar a la gente, podré, por terquedad de mi espíritu, causarme dolores a mi mismo, pero yo no cambio como la veleta según los vientos que soplan.

Me conformo con la etiqueta de reformista; pero permitidme que os diga que no creo en esa separación tan divertida entre personas que son reformistas y personas que son revolucionarias. He conocido a muchas personas reformistas que cuando les va mal se enfadan y son terriblemente revolucionarias; y he conocido y conozco a muchos revolucionarios, curados de espanto, que parece que no se enfadan nunca. Para mi lo revolucionario no consiste en el temperamento. Lo revolucionario consiste en ir al fondo de los problemas y desentrañarlos y cuando hay que producir un cambio total, producirlo.

Ninguna clase social siente tanta apetencia de hombres superiores, intelectual y moralmente como la clase obrera. Lo que ocurre es que, en España, éste tipo de hombre llamado intelectual tiene una mentalidad de pequeño burgués. Poco idealista y poco sensible a los dolores ajenos, no le preocupa más que hacer su carrera, labrarse una posición, encontrar un pingüe empleo, una cátedra, una sinecura ó una novia rica. Para ello necesita vivir en dulce compadrazgo con gobernantes, dispensadores de mercedes y con gente adinerada. El intelectual medio español, además de creer que es un signo de elegancia espiritual, no tener trato con los obreros, siente una admiración servil por el hombre rico que en forma más o menos delicada puede regalarle un emolumento a cambio del ornato de su prestigiosa compañía.

El trabajo es el fundamento de toda sociedad. Todas las otras clases pueden dejar de existir sin que deje de haber sociedad, pero no hay sociedad posible sin las clases trabajadoras.

Fdo.
CELSO

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