"Hoy es el día en que los diferentes candidatos a disputar primarias en el PSOE han presentado sus avales y la dirección local o regional correspondiente les ha confirmado, o no, que pueden seguir adelante con las primarias ya como candidatos. Frente al gran circo organizado en Madrid (que a mi juicio, sobre todo, es la mejor prueba de los peligrosos que conlleva la ocurrencia de que un Presidente del Gobierno decida quedarse en agosto en Moncloa en lugar de irse de vacaciones, pues a los 3 días se queda sin nada que hacer, dado que la actividad del país y de la Administración es nula, y empieza a maquinar maldades, por puro aburrimiento y ponerse a hacer algo, de donde nada bueno puede salir: ya sea para reformar el mercado de trabajo y cargarse derechos de los trabajadores, ya sea para poner en marcha un "genial" proceso de primarias que le llevará a dar un maquiavélico golpe de timón a las expectativas de su partido y a su imegne pública con los resultados que todos hemos podido comprobar), al que se ha prestado gran atención, tenemos también otras pistas de circo igualmente entretenidas en otras Comunidades Autónomas (Murcia, Canarias, La Rioja) y muy especialmente en la Comunidad Valenciana, donde en las dos principales ciudades (Valencia y Alicante) se van a disputar primarias mientras que a escala regional, a estas alturas, parece ya evidente que, en cambio, no será así tras la última exhibición de "talante" de la dirección regional del Partit Socialista del País Valencià, que ha dejado fuera al ex-Ministro Antoni Asunción anulándole en plan chungo no sé cuántos avales tras haberle puesto mil y una zancadillas previas.
Todo este espectáculo permite reflexionar sobre muchas cosas (si es éste el mejor modelo, si acabaremos llegando a que se generalice por influencia de los EE.UU., si es mejor abrir el proceso a la sociedad como en Francia o los propios EE.UU. o que sean primarias internas, si las expectativas de un partido se fortalecen como consecuencia de estos duelos y la atención que generan...) pero a mí, esencialmente, me interesa destacar la contradicción que supone que los agentes articuladores de los mecanismos de participación e institucionalización de las prácticas democráticas, esto es, los partidos políticos, sean, a la hora de la verdad, tan poco democráticos en su funcionamiento interno. Y lo sangrante que es que esto se visualice con particular intensidad justamente cuando concurre un elemento como el de las primarias que, precisamente, debiera ser todo lo contrario, caray, una oda a la vida democrática y libre dentro de los partidos.
Dinámica peligrosísima porque para que una democracia sea sana y funcione satisfactoriamente es imprescindible que los agentes que participan en el proceso deliberativo y lo canalizan electoralmente sean, a su vez, democráticos y estén abiertos a la participación y a la porosidad social. A largo plazo, si los partidos no cumplen adecuadamente con estas exigencias, se genera un descrédito ganado a pulso que los condena a concentrar poder pero carecer de autoridad social y de legitimidad ante los ciudadanos. Basta ver lo que ha ocurrido con los sindicatos en las útimas décadas, y cómo su acumulación de poder y la manera en que lo han articulado los ha convertido en entes socialmente desacreditados y parias en términos de legitimidad (con las desastrosas consecuencias que, en el fondo, ello conlleva y si alguien no lo tiene claro que reflexiones sobre la evolución de nuestras normas de protección social a medida que la imagen pública de los sindicatos ha ido enfangándose más y más) para que podamos intuir qué puede acabar pasando, qué está ocurriendo ya, con nuestros partidos políticos.
De hecho, en España tenemos un problema creciente en este sentido, que se traduce en un mal funcionamiento de nuestra democracia. Gran parte de los problemas que padecemos pueden reconducirse, en tanto que consecuencias bien mediatas, bien inmediatas, al modelo de partidos que padecemos y que, además, se encuentra reforzadísimo, apuntaladísimo, por un sistema electoral que ofrece perversos incentivos a las formaciones monolíticas y a las estructuras grandes, potentes y consolidadas por encima del valor personal, y de la confianza que pueda generar en la ciudadanía, de una persona.
En la práctica, a día de hoy, los partidos políticos son organizaciones muy burocratizadas donde quienes tienen el poder son, por así llamarlos, "los funcionarios del partido". Estas personas viven instaladas, como consecuencia de ello, en una lógica de funcionamiento que prima los intereses y equilibrios orgánicos frente a la implicación social. La dirección de los partidos ha de tener contenta a esta masa de militancia, que supone un porcentaje importante y que, además, es la más activa e implicada, con toda suerte de pactos y repartos de poder, y a ello dedica gran parte de su tiempo y actividad. La proyección social es lo de menos. Ganar elecciones, incluso, también, pues se puede vivir bien, si tienes tu espacio en el partido fortificado, en la oposición. Muy bien, de hecho. La apertura para permitir la participación de colectivos sociales o de personas con preocupaciones de tipo cívico, también. Y, como resultado de todo ello, se conforman unas elites burocratizadas, que apenas han hecho otra cosa en la vida que vivir en la estructura del partido (y de la estructura del partido), sin excesiva formación, sin experiencias vitales o laborales más allá de la dinámica reseñada. Unas castas de partido que, además, están dispuestas a hacer cualquier cosa para conservar sus espacios de poder, por pequeños que sean, ya que les va la vida (casi literalmente, pues sí les va la forma de ganársela) en ello. Frente a las que otro tipo de personas, en un fenómeno que se retroalimenta, acaban entregando bandera blanca. Porque cualquiera con otras opciones, formado, capaz, expectativas profesionales... acaba llegando a un punto en que decide que no le compensa tener que pasar por según qué aros y se acaba largando. Sólo una extraordinaria vocación de servicio público, que indudablemente conservan algunas personas (¡sí, incluso en los partidos políticos españoles quedan entusiastas vocacionales!), puede compensar las ganas que dan de largarse cada dos por tres cuando se conocen las interioridades de la vida de partido. Y, como consecuencia de ello, las burocracias internas plagadas de "profesionales de la política" cada vez son más monolíticas. Basta echar un vistazo a las planas mayores de los grandes partidos, o a la ejecutiva de cualquiera de ellos en no importa qué Comunidad Autónoma, pueblo o ciudad, para entender de qué estoy hablando.
Para acabar con este estado de cosas sería importantísimo lograr una reforma electoral que permitiera más representatividad y no masacrara a los partidos pequeños (como ya hemos comentado), un modelo que quizás combinara listas proporcionales con distritos uninominales y, en general, una reforma en los usos y paautas electorales que pudiera pasar, incluso, por incluir listas abiertas. Porque, de otro modo, estas burocracias de partido se hacen día a día más fuertes. ¡Si incluso viven muy bien perdiendo elecciones siempre y cuando conserven el poder interno!
Pero más allá de eso conviene empezar a exigir, como ciudadanos (lo cual se traduce en votar de una determinada manera), pautas de participación eficaces en el seno de los partidos y una mínima aplicación del principio democrático que la propia Constitución obliga (art. 6) a los partidos políticos a cumplir. Como es obvio, no necesariamente pasa la democratización por un modelo de primarias (podría haber otros perfectamente democráticos que prescindieran de ellas), aunque probablemente éstas son la única manera realista de romper las dinámicas unitaristas y monolíticas del actual sistema de partidos. Pero, sea con primarias o sin ellas, lo que es imprescindible es denunciar los usos totalitarios y anti-participativos tan frecuentes en las actuales estructuras de poder de los partidos. Que, por ejemplo, con el actual proceso de primarias, están apareciendo en todo su esplendor en el PSOE (y especialmente en el PSPV, caso que conozco más por una cuestión de cercanía).
¿Cómo es posible que un partido ponga en marcha un proceso de primarias que, supuestamente democrático y participativo, a la hora de la verdad está plagado de decisiones incoherentes con esa orientación? Repasemos, tomando como ejemplo lo que está pasando en el PSOE (y particularmente en el caso de Asunción, que es el más espectacular por la pertinaz incomprensión de la esencia de la democracia que tienen los dirigentes del PSPV y porque, a diferencia de lo que ha ocurrido en Madrid, no hay una lucha de dos "aparatos", el federal y el regional, uno contra otro, sino de un aparato para aplastar a los militantes de base y la expresión de su voluntad):
- ¿Es razonable pedir firmas para optar a las primarias y no dar el censo de personas de entre las que se tienen que sacar esos avales? Si bien es perfectamente razonable exigir firmas para garantizar que quienes se presentan tienen un mínimo de apoyo, es dudoso que sea preciso que el porcentaje sea tan elevado (pedir la firma del 15 ó 20% de una organización donde un número importantísimo de militantes está en estado de hibernación es un requisito cuando menos exigente). Pero, sobre todo, es impresentable que no se aporte el censo de militantes a quienes han de reunir las firmas mientras que el candidato del aparato, en la práctica, sí dispone de él. Como es evidente, esta medida persigue un único objetivo: dificultar y hacer perder el tiempo a quien ha de recoger avales (que ha de indagar quién es militante y quién no, quién aparece en el censo y quién no, quién está al corriente de las cuotas y quién no...)
- ¿Es razonable que avalar la presentación de alguien a un proceso electoral comporte que no se pueda avalar a nadie más? Una de las reglas básicas de la democracia es que incentivar el debate, la discusión y la participación es un bien en sí mismo. Precisamente por este motivo es perfectamente posible, razonable e incluso plausible que una persona, aun difiriendo del proyecto político de un compañero, pueda desear darle su apoyo porque entiende que es bueno que se pueda presentar, se discutan las cosas y, a la postre, el que haya logrado convencer a más gente, gane. Sin embargo, el PSOE ha impuesto la prohibición, absurda e incoherente, de que se pueda avalar a más de un candidato. Si se hace así, además, ni siquiera se consulta al militante qué aval prefiere que valga (o ni siquiera se da validez, por ejemplo, al último), sino que se anulan los dos avales. Esta regla confunde avalar para presentarse a un proceso con la elección de tu preferencia, donde, como es obvio, la lógica dice que se ha de optar por una de las alternativas. Y la regla, que quizás no tenía esa intención, ha sido usada, sobre todo en Valencia, de una manera escandalosa: aprovechando la capacidad de "presión" de los candidatos oficiales (conocen el censo y, además, son quienes mandan, por lo que la gente es reacia a negarles nada) han puesto a los aparatos a recoger firmas para ellos, a pesar de que ya habían sido proclamados candidatos por las respectivas ejecutivas con la expresa y expresada intención de lograr, por esta vía, "achicar" el espacio de los candidatos alternativos y, a la postre, dificultarles la consecución de los avales por la vía de lograr anulaciones masivas.
- Por último, la gestión de plazos y demás garantías ha sido de risa. Gente como Asunción ha tenido apenas dos semanas para lograr más de 3.000 avales (a pesar de lo cual los ha logrado, otra cosa es que luego se los hayan anulado en plan chungo acudiendo a elementos como los ya explicados). Pero las cosas son incluso peores en el Ayuntamiento de Valencia donde, por ejemplo, el candidato alternativo, Manolo Mata, ha tenido que lograr los avales (unos 400, el 20% del censo de la ciudad de Valencia)... ¡en menos de una semana! A pesar de estas dificultades, al parecer, lo ha logrado, superando con suficiente amplitud la cifra como para que las maniobras anteriormente reseñadas no deban afectarle en exceso y demostrando hasta qué punto la militancia de los partidos, o al menos el sector que no participa de los cargos orgánicos, está tanto o más harta de este tipo de modos y maneras de actuar que la propia ciudadanía.
En conclusión, que por mal camino van los partidos políticos españoles si no entienden que, a medio y largo plazo, estas prácticas de endogamia parasitaria del partido les condenarán a un triste destino, semejante al de los sindicatos. Habrá algún cínico que dirá que, total, a ellos, plim, mientras sigan teniendo poder, eso de la autoridad y la legitimidad. Pero nadie sensato puede estar satisfecho, dentro de los sindicatos, al ser conscientes de que su acumulación de poder ha ido de la mano de un creciente descrédito social que a día de hoy les convierte, de facto, en organizaciones socialmente figurativas, preludio de la desaparición, poco a poco, del poder institucional que tienen. Es decir, que la propia supervivencia de su medio de vida, a este paso, acabará puesta en cuestión.
Habrá también además quien pretenda resaltar, al margen de esta apelación al interés del cínico, los beneficiosos efectos sociales derivados de que los partidos funcionaran de otra manera. Pero, en este caso, de tan obvio que es el asunto, casi que mejor ni ponerse a explicarlo. Porque todos los tenemos claro... menos quienes están a día de hoy en las ejecutivas de los partidos políticos españoles." (sic)
Fuente: http://www.lapaginadefinitiva.com/aboix/?p=288
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