jueves, 2 de septiembre de 2010

Cosas que me encuentro.

ADANISMO EN POLITICA

Por: MAXIMILIANO FREEMAN

No hay por qué ocultar que desde la política y el poder, los gobernantes naturalmente quieren la eternidad para sus nombres y lo imperecedero para sus obras. Algunos creen que una forma de lograrlo es hollando los elementos que las sociedades preexistentes, y a las cuales llegan a dominar, consideran intangibles: “et antiquum documentum, novo caedat ritui”.

Por eso, en la antigüedad helénica la dominación empezaba por borrar la memoria de la civilización bárbara renombrando sus lugares, imponiendo los dioses, los valores y los rituales de los nuevos amos. Los romanos, menos bárbaros que los helenos, introdujeron un modelo en el que la conservación de lo propio era la contraprestación del tributo: “a Cesar lo que es de Cesar, a Dios lo que es de Dios”.

En medio de estos dos polos se mueve el mundo de los hombres.

Adán fue el primero que, en el inicio de los tiempos, empezó a ejercer el dominio sobre el mundo dándole nombres a las cosas. Por eso a quienes siguen su ejemplo configurando un conjunto de síntomas enfermizos, se les llama “adanistas”.

El “síndrome de Adán” lo padecen aquellos que queriendo inmortalizarse, manosean los símbolos considerados sacros por quienes los adulan o los temen.

Sobre esos intangibles ellos reescriben, como en un palimpsesto, su particular visión de la historia.

Creen que están dejando su impronta para toda la eternidad. Sintiéndose “fundadores de un mundo nuevo”, piensan que una consecuencia lógica es la promoción de nuevos mitos fundacionales y la organización de nuevas liturgias y nuevos símbolos que le den a las generaciones del futuro la noción de un antes de ellos y un después de ellos.

Los que promueven este tipo de “liturgias renovadoras”, crean una ficción dual en la cual, en un segmento de la realidad, están los que piensan y sienten como ellos.

Son los buenos. En el otro colocan al resto del mundo a quienes terminan satanizando y calificando como “enemigos de la revolución”, como “defensores de los privilegios del pasado”, como “tradicionalistas y retrógrados” como “adoradores de las cosas arcaicas y en desuso”.

Por eso se apoyan en la popularidad y en el populismo. Dos fenómenos y conceptos que poco tienen que ver con la democracia y mucho menos con la opinión pública.

A modo de ejemplo, sin hablar de los costos de la campaña representados en los miles de millones de pesos que ya han debido ser cancelados a la empresa que diseñó y administra afiches promocionales, maquetas, avisos de prensa, espacios de T.V y demás piezas de publicidad y propaganda, recordemos el debate público que se dio en nuestro país con ocasión de la campaña “Colombia es Pasión”.

Especial atención merecen el logosímbolo utilizado y la vehemencia con que lo ha defendido el Señor Presidente.

Pero no olvidemos que aquello fue posterior a la propuesta de retirar del Escudo Nacional el Canal de Panamá por considerar que “el istmo ya no es nuestro” y la de cambiar el cóndor, “especie en vías de extinción, por un ave más representativa.”

En esa “línea propositiva”, hay quienes dicen que “el Escudo Nacional debe representar las tendencias que muestran las encuestas de popularidad y recordación”.

Los mamadores de gallo, que nunca faltan en esta región, concluyen que en el nuevo Escudo el Águila Cervecera debe reemplazar al cóndor extinguido; las Rama del Cafeto a la corona de laurel ya muy escaso. El Futbol, verdadera industria de la recreación representada por un balón, debe reemplazar las cornucopias de la abundancia que nadie sabe qué significan; las Murallas de Cartagena deben sustituir al Istmo de Panamá que recuerda la ineptitud del centralismo para entender las razones y necesidades de las regiones de la periferia y el Sombrero Vueltiao sustituirá al gorro frigio de una libertad francesa que no sabe decir “Ay hombe”. Finalmente, el Uribísimo y sonoro lema “Seguridad Democrática” ocupará el lugar que ha usurpado el finisecular de Libertad y Orden.

En un escenario similar, hoy tenemos un rifirrafe en el Atlántico en el cual unos sectores culturales y políticos y el Gobernador del Departamento, se enfrentan porque este último quiere cambiar el Escudo del Atlántico. No sé por qué se extrañan.

El adanismo es una enfermedad tan común, que los Constituyentes colombianos del año de 1991, también fueron inficionados por ella. No pocos consideraron la posibilidad de entregar al país una nueva simbología que diera sustento al “orden nuevo” y que reemplazara las vetustas instituciones de la Constitución de 1886.

Adanismo también es el de los ex Presidentes de la República, Ex Ministros, ex Gobernadores, Ex Congresistas, Diputados y Concejales, Ex Directores, Gerentes y Presidentes de Juntas, Ex Alcaldes y Ex Secretarios de Despacho que se pasean por todo el territorio sin entender que el morbo del poder es algo transitorio, que se diluye rápidamente con el paso de unos pocos días en los que tienen que aprender que si en algún momento llegarán a ser objeto de veneración por parte de algunos pocos, antes deberán pasar decenas de años que sean suficientes como para que nadie se acuerde de su condición de seres de carne y hueso, con más defectos que virtudes.

Son muchos los que no aprovechan ese corto e importante tiempo de aprendizaje en carne propia. Tampoco se miran en el espejo de sus coetáneos, coterráneos, copartidarios y correligionarios a quienes desprecian porque los ven “venidos a menos”. Tampoco aprenden de la historia que les muestra al Libertador Simón Bolívar, nadie más y nadie menos, saliendo de Santafé en medio de una turba de pelafustanes que le gritan: “¡¡longaniza, longaniza!!!”, mientras sus enemigos aplaudían y los azuzaban.

No aprenden ni en cabeza ajena, ni en carne propia; ni de la historia. Por eso deambulan por ahí, cargando sobre sus hombros el peso de una enorme e imaginaria estatua de mármol que hable de sus magnificadas pequeñas glorias.

Mis amigos del Atlántico no deben acelerarse y tienen que ser pacientes y esperar a ver qué significado tienen para el Doctor Carlos Enrique Rodado Noriega y los Diputados del Atlántico los resultados de una encuesta hecha por “Datanalisis” que indica que más del 60.28% de los atlanticenses están en desacuerdo con la pretensión de cambiar el Escudo del Departamento; que el Gobernador solo cuenta con el respaldo de menos del 13% de los encuestados para hacerlo, en tanto que el 46.81% de los ciudadanos manifiestan que no conocen el Escudo del Departamento.

A propósito de esto último, ¿de quién es la culpa de esta ignorancia? ¿Dónde quedan las responsabilidades Constitucionales, Legales, Normativas y Políticas de los Secretarios de Educación, de Gobierno, del Interior y de Cultura que han formado parte de los Gobiernos Departamentales desde el 6 de Julio de 1999 hasta la fecha?.

A mí, no me miren porque desde 1996, no he vuelto por allá, por esas tierras, como no sea para saludar a los pocos amigos que aún me quedan y darle un abrazo a Rosita.

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