MIEDO A LA DEMOCRACIA
Cándido Marquesán*
Una de las asignaturas pendientes en nuestra joven democracia es la democratización interna de los partidos políticos. Esto es de dominio común.
Lo que no deja de de ser contradictorio es que los dirigentes políticos nos obsequien continuamente a los ciudadanos con las excelencias del sistema democrático, y sean ellos precisamente los que menos la pongan en práctica en sus propios partidos. Circunstancia gravísima, si tenemos en cuenta que nuestra Constitución proclama con claridad meridiana en su artículo 6º “que los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. Por ende, el debate interno y la participación de sus militantes en la toma de decisiones democráticas en el seno de los partidos es una exigencia constitucional.
De la misma manera lo señalan categóricamente los estatutos de los diferentes partidos. Mas, esto es papel mojado, que se incumple de una manera sistemática por el aparato de los partidos, pues son sus dirigentes, quienes toman las decisiones marginando a las bases, a las que únicamente recurren para llenar los pabellones deportivos cuando llega un destacado dirigente del partido en las diferentes campañas electorales. En la capital de Aragón y en otras muchas ciudades aragonesas existen muchas asociaciones de algunos partidos que no se reúnen nunca, con la única excepción de aprobar las listas electorales. El aparato (en manos de unos pocos, que permanecen largos periodos de tiempo, sin saber cómo ni por qué, ni cuáles son los méritos contraídos), la excesiva burocracia interna, la pugna por el poder en el seno del partido, y el culto a la alabanza y la sumisión, son absolutamente incompatibles con la opinión, la saludable discrepancia y el debate transparente.
Por ello, la renovación de ideas y personas es imposible en los partidos políticos si su funcionamiento interno no es democrático. Y no lo es porque sus dirigentes tienen auténtico pavor a la “democracia”, es decir, al debate de ideas, a permitir las discrepancias, a que el voto sea "libre, igual, directo y secreto" en todas sus elecciones de cargos directivos y de candidatos. La elección no se hace por el mérito ni por los valores éticos del candidato, sino por la sumisión y la obediencia absoluta a los de arriba. Sorprende la pasividad y la indiferencia de muchos de sus militantes ante esta circunstancia. También es cierto que muchos de ellos en los pasillos de los diferentes congresos se muestran muy críticos con los dirigentes, aunque luego cuando entran al salón a votar se muestran sumisos y obedientes a las consignas que vienen emanadas desde arriba. Lo que estoy diciendo es lo que todo el mundo piensa y nadie se atreve a decirlo. Lamentablemente esta es la deriva por la que caminan todos los partidos políticos, en las que no se admite crítica alguna, y si alguien tiene la osadía de discrepar, se arriesga a ser marginado o a ser acusado de torpedear el partido.
Al aplicarse medidas disciplinarias a las corrientes internas no alineadas con el discurso de la dirección, se margina a los librepensadores. En fechas recientes hemos podido constatar esta circunstancia en un partido político en nuestra provincia, ya que una lista propuesta con aplastante mayoría por el comité local y posteriormente confirmada por los militantes en una asamblea que pudo expresarse libremente, va a ser suplantada por otra, la del aparato. Todavía más, el comité local de ese partido que tuvo la osadía de presentar una lista contraria a la oficial, va a ser destituido fulminantemente por la ejecutiva provincial. Realmente alucinante. Por ello, los dirigentes de los partidos políticos no deben extrañarse de que cada vez la ciudadanía esté cada vez más lejana de la clase política y, por tanto, de la política. De ello, deberían ser conscientes, mas tengo la impresión que tampoco les preocupa demasiado, mientras ellos tengan asegurado un puesto en las próximas elecciones.
Recientemente estaba explicando en clase a mis alumnos de 2º de bachillerato el régimen político de la Restauración(1876-1931), diseñado por Cánovas del Castillo. Tuve que referirme a la Constitución de 1876, al turnismo de los 2 partidos políticos, el conservador y el liberal. Señale que la auténtica Constitución era como señalaba el gran Joaquín Costa, la oligarquía y el caciquismo. Como colofón, del libro España en sus ocasiones perdidas y la Democracia mejorable, del catedrático Manuel Ramírez cite unas palabras de Ortega y Gasset, de uno de sus más famosos discursos: “La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación». También me parecieron muy oportunas las palabras de Salvador de Madariaga: “Al pintarla como de alucinación, Ortega la ennoblecía. Fue una era de tramoya y bastidores, de máscaras y barbas postizas, de teatro en sí, además de ser teatral; una época que pretendía ser lo que no era y simulaba creer lo que decía, a sabiendas de que no era lo que aparentaba ser ni creía en lo que decía”.
Al terminar mi exposición, uno de mis alumnos más despierto me hizo la siguiente pregunta: ¿Hay alguna diferencia con el sistema político actual? No pude emitir respuesta alguna, aunque pude sentirme plenamente satisfecho, porque pude comprobar que lo que estaba enseñando había servido para algo.
* Este artículo lo firma también José Ramón Villanueva Herrero.
http://www.fundacionaladren.com/index.php?destino=articulo&vari=585
No hay comentarios:
Publicar un comentario